Tras la película, REFLEXIONES con FIRMA

 Este proyecto nace con la idea de ser un punto de encuentro en las salas de cine,  de reflexiones que , tras la proyección, ayuden a encontrar múltiples perspectivas al reto de la violencia en nuestra sociedad y cómo ofrecer respuestas transformadoras para facilitar la inclusión, equidad , respeto y convivencia en la diversidad, con tolerancia a ideas y conductas distintas a las nuestras que siempre enriquecen ese marco cultural y de coexistencia pacífica que todos necesitamos.

  • La primera firma es la de María Antonia Casanova, sus reflexiones y sus recomendaciones para los planes de alfabetización audiovisual, llevan años acompañándonos, con claridad y precisión en el proyecto de #cineyeducación.

Mª Antonia Casanova es profesora de la Universidad Camilo José Cela y Directora del Instituto Superior de Promoción Educativa (Madrid). A lo largo de su carrera ha trabajado como Inspectora de Educación, Subdirectora general de Educación Especial (Ministerio de Educación) y Directora General de Promoción Educativa (Comunidad de Madrid). Dirige la colección de pedagogía “Aula Abierta” y colabora de forma permanente en distintos medios de comunicación. Participa en congresos y cursos a nivel internacional, relacionados con sus líneas de investigación: evaluación, supervisión, diseño curricular y educación inclusiva.


Educar con emoción

Mª Antonia Casanova

Pedagoga

 

Educar no es llenar cabezas. Educar no es examinar. Educar no es suspender. Educar no es segregar. Educar no es competir ni ganar carreras de obstáculos. Educar no es imponerse a los demás.

Educar es convertirse en persona. Educar es comunicarse, es compartir, es cooperar, es avanzar juntos. Educar es convivir, es aceptarnos tal y como somos.

Se educa en el patio. Se educa en el aula, en el comedor, en las excursiones, en las visitas… Educa el profesorado. Educa la familia. Educan los compañeros. Educan los medios de comunicación. Educa la calle. Educan los líderes. Educan los héroes que ahora tiene la juventud: cantantes, deportistas, raperos…  En definitiva, educa toda la sociedad.

Y para conseguir una ”buena educación” hay que evitar situaciones de rechazo, de violencia, de acoso, de exclusión, de vulnerabilidad, de pobreza. Hay que anticiparse a hechos que no queremos, que no deseamos que ocurran. Después las soluciones suelen ser mucho más difíciles; a veces, imposibles, pues el rechazo que se recibe en la infancia deja huellas indelebles, inolvidables, que marcan el camino durante toda la vida.

La autoestima se crea en base al espejo que recibe el niño desde las personas adultas que le rodean, desde el aprecio y la aceptación que le dan sus compañeros. La personalidad se va formando en base a las experiencias de vida desde los primeros años, los más importantes, quizá, para la conformación de ese equilibrio emocional que es exigencia para la salud mental y para el desarrollo de una vida plena.

Sí. En la escuela se aprenden muchas cosas importantes dentro de lo estrictamente académico. Pero no solo. Ahora sabemos que aprendemos cuando nos emocionamos. Que la emoción estimula la curiosidad; en definitiva, que los motores del aprendizaje se ponen en alerta cuando nace el interés y aceleran el cerebro para volcarse hacia el exterior y apropiárselo para crecer, para alcanzar un estado vital enriquecedor para todos.

Este enfoque de la escuela aviva la idea de lograr un espacio de diversidad compartida en el que se aprenda la vida. Y en esa vida caben los conocimientos, el manejo de las herramientas para continuar desenvolviéndose día a día, la colaboración, la aceptación mutua, el cariño.

 Pero cuando esa vida escolar refleja una violencia extrema como es la que deriva del acoso, como la que vemos en Un pequeño mundo, hace desaparecer todo lo que de educativo podría y debería tener un centro en el que, al menos teóricamente, se educa. Se llega a dudar de la bondad de que esos niños sigan asistiendo a esa escuela, que no lo es. Que deseduca. Que enseña todo lo que no queremos que se aprenda.

Las situaciones de acoso, una realidad en nuestra sociedad actual, no deben darse nunca más. Ya ha habido demasiados suicidios de adolescentes y jóvenes que no han soportado la presión ejercida sobre ellos. Y es la responsabilidad de todos el que esto ocurra. No podemos mirar para otro lado cuando se vislumbra el problema. Familias, profesorado, directivos, inspección, administradores de la educación, compañeros… Todos somos corresponsables del acoso, que ya no se conforma solo con la violencia física y presencial en el patio de recreo, sino que permanece mediante las redes sociales y la persecución virtual y continuada de la víctima.

Una educación emocional y emocionada tiene que prevenir las actuaciones de los acosadores, que la necesitan incuestionablemente. Y eliminar el sufrimiento de los acosados, que no se atreven a hablar, que no se valoran lo suficiente como para considerarse con derecho a la vida.

Hay que educar en la emoción y con emoción. En espacios de aceptación y cariño, donde todos se sientan valorados y sean capaces de expresarse y compartir sentimientos y conocimientos. Sin miedos. Con alegría.

El acoso y la violencia no se combaten con más acoso y violencia, sino consiguiendo que estos no aparezcan por la puerta de la escuela ni en el patio de recreo. Que sean dos desconocidos a los que no deseamos dar entrada en una sociedad más justa donde ni siquiera se imagine su existencia.

              

                                               Y los patios de recreo se convirtieron en trincheras…

Ana Isabel Sanz García

Psiquiatra

         Si echo la vista atrás, quizá ya demasiado atrás, recuerdo el recreo más que como un espacio, como un modo diferente de habitar el colegio. Un momento intenso que se apuraba como si no hubiera a haber otro, como se viven los acontecimientos felices, únicos. De hecho, supongo que cada recreo lo era. No había guiones preestablecidos y cada jornada podía suceder un pequeño milagro: una competición de cuentos, un partido de balón prisionero, un secreto compartido con esas amistades que aún evocan una complicidad incomparable… En esos retazos de memoria, salvo pequeñas motas de días menos satisfactorios, no encuentro angustia ni temor a lo que mis compañeros pudieran hacerme.

Por eso, cuando me encontré en la pantalla con los expresivos ojos de Nora -ávidos, angustiados, desvalidos, tristes- ante las reiteradas agresiones sufridas por su hermano a manos de matoncetes de cursos superiores, sentí una profunda sacudida interior. Las escenas de Un pequeño mundo lograron que me sumergiera en el miedo, la confusión, la indefensión y, en definitiva, la ira y agresividad que va arraigando en esta niña a medida que se ve envuelta en esa agresividad que anida en el entorno, en espacios ajenos al ojo y a la intervención de los que deberían protegerla.

Por mi profesión conozco a alumnado y a familiares que experimentan en grados diversos la violencia escolar, pero quizá me hacía falta una aproximación in situ para conectar más hondamente con la perspectiva de los protagonistas de este drama cotidiano. El visionado de este intenso filme me aportó ese acercamiento y la confirmación de que el acoso es una peligrosa epidemia que se nutre de las contribuciones de muchos protagonistas, no solo de la de los agresores.  

La original y hábil dirección de Laura Wandel consigue que la cámara se asimile a la experiencia de cada uno de los protagonistas (menores todos salvo dos figuras adultas con perfiles muy interesantes) y nos permita ver y sobre todo sentir cómo el acoso entre escolares está pervirtiendo el desarrollo emocional sano de nuestras generaciones más jóvenes.

Sin pretender desmontar la película a los futuros espectadores, me gustaría llamar la atención acerca de cómo los propios menores llegan a convertirse en cómplices del acoso y asumen como naturales las agresiones a ciertos miembros del colectivo. El grupo de iguales censura las posibles denuncias de las dinámicas de hostigamiento y penaliza con el aislamiento a los que intentan llamar la atención sobre el sufrimiento de ciertos compañeros.

Detengámonos un momento a pensar en la terrible mutación del sistema de valores que el contexto impone a Nora. Ante el dolor que experimenta por la situación de victimización a que es sometido su hermano y el lógico rechazo que ello le produce, las respuestas que la pequeña recibe son todas negativas. Sus denuncias enfadan a su hermano, provocan el rechazo de sus amigas, el reconocimiento de la impotencia de la única profesora que la escucha y una denuncia inútil del padre ante la dirección del colegio… ¡Qué dilema tan complejo para alguien tan vulnerable aún! No es extraño que la respuesta sea una reacción de enfado, impotencia, silencio y violencia.

Ahí está el nuevo eslabón de una plaga muy difícil de erradicar porque se ha convertido en parte de lo admitido en las relaciones grupales y porque se sigue minimizando. Resulta llamativo que -a pesar de las numerosas muertes directamente vinculadas con el acoso escolar- los adultos sigan mirando hacia otro lado y defendiendo que “son cosas de niños”. Si los posibles árbitros se desentienden, ¿cómo podrá reconducirse esta especie de locura que siembra la permisividad frente a la violencia que tanto nos preocupa en la sociedad contemporánea?

El vandalismo callejero, los asesinatos cometidos por adolescentes y otros muchos desmanes no están tan lejos de ese “huevo de la serpiente” que anida en las escuelas en forma de acoso escolar. La victimización de escolares por sus iguales es una epidemia que mata y ese riesgo se palpa en el momento cumbre de Un pequeño mundo. Sólo la rebeldía de Nora frente a la complicidad malaprendida, la rebeldía in extremis de la humanidad frente a la ley del silencio impuesta por el grupo impide, al menos en esta ocasión, una muerte en ciernes.

Los currículos escolares no pueden obviar la tan demandada educación emocional, y los responsables educativos, y sociosanitarios no pueden mantenerse al margen de la espiral que autoalimenta el acoso. A ello hacíamos referencia Mª Victoria Reyzábal y yo en un libro -Resiliencia y acoso escolar (La Muralla. 2014)- que sigue manteniendo una indudable actualidad. Esperemos que, a partir del visionado de Un pequeño mundo, los adultos adapten su mirada a la altura de la cámara de Wandel y prioricen la urgencia de hacer frente a esta perversión de la convivencia en las escuelas que deja como estela tantas cicatrices, a veces de por vida y mortales en ocasiones.

 

 


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